domingo, 2 de enero de 2011

CAÑÓN DE LA NAVA

Hace ya muchos años que hice este cañón, y a pesar de que me gustó mucho, en aquel momento juré que no volvería…
El barranco en cuestión se encuentra en el Barco de la Nava, en la sierra de Gredos (Ávila) y en aquella ocasión íbamos un grupo numeroso.


Cruz al final del cañón

A mí me tocaba ir cerrando el grupo (el guía de cola) para que nadie se despistara, y claro, tener que caminar a un ritmo que no es el tuyo… te mata un poquito.
Yo ya me olía una larga caminata, así que me cargué todo en la saca y caminé con las botas y los calcetines (como en una ruta normal de senderismo) en lugar de llevar los escarpines, para evitar que me salieran ampollas en los pies.
Una buena idea, y gran sistema de prevención… pero no funcionó. Terminé la aproximación con los tendones de Aquiles despellejados, y menos mal que Pedro tenía Compit. Por cierto, la culpa no fue de los calcetines, sino de las botas… que no eran las propias, y si hubiera ido con escarpines creo que habría librado, que se le va a hacer.
A esto hay que sumarle que ese día hizo mucho sol y calor y en todo el valle no había una sombra; a pesar de ponerme el casco a modo de gorra para evitar una insolación, ésta me pilló. Y todo el barranco con dolor de cabeza (todo me pasa a mi)

Salto

En fin, después de una aproximación de unas 4 horas (que en realidad se hace en dos) nos metimos en el barranco. El agua fría me calmaba el dolor de cabeza, pero el ruido de las cascadas no… así que empates, dolor de cabeza todo el barranco.



Y la verdad es que es muy chulo, no es complicado con un caudal moderado de agua. Tiene muchos rapeles y también saltos, es divertido.


Rapeles

El paisaje, como en toda la sierra de Gredos, es de granito, una roca mucho más dura que la caliza, y por su composición, y la diferente forma de erosión da como resultado cañones muy abiertos, con posibles escapes a lo largo del recorrido. Otra característica del granito, es que lo que está debajo del agua resbala que no veas…


Después de terminar el barranco, con el dolor de cabeza, y de talones, nos toco volver al pueblo, otra hora andando, y por el camino una vaca loca empezó a correr hacia mí desde lo alto de una ladera brincado y coceando… luego pasó de largo, pero menudo susto.
En fin, cuando llegamos al coche tiré la saca, el casco y dije: “aquí no vuelvo nunca”
Pero he vuelto una vez, y la verdad es que no se me hizo tan duro como aquella ni de lejos… cuestión de perspectiva.







Pedro en la cabecera de un rapel

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